lunes, 15 de noviembre de 2010

A cajón cerrado



por Mariano Szkolnik

La exhibición de cadáveres siempre me fue ajena. Los judíos velamos a los muertos a cajón cerrado. Siempre es así, siempre ha sido así. Supe de ese ritual a mis 14 años, cuando falleció Victor, el padre de mi madre. Mi abuelo paterno, don Julio, mi maestro, a quien tanto le debo en esta vida y de quien tanto aprendí, me explicó en medio del dolor por esa pérdida que los judíos velábamos a los muertos de ese modo para respetarlos, para recordarlos tal y como quisiéramos recordarlos, dejando de lado la imagen de un cuerpo desposeído de todo: de su color, de su vida, y hasta de su alma. El cajón cerrado supone un ejercicio de la memoria; es el culto a la memoria antes que a la muerte. El cajón cerrado es la victoria de la vida sobre la muerte. No hace falta ser judío para comprender esto. En sucesivos velorios a los que he asistido en mi vida, evité ver al muerto en su impúdica exposición. Recordando las palabras de mi abuelo, siempre preferí mantenerme a distancia del cajón cuando este tuviera la tapa levantada: es mi mayor muestra de respeto. Lo que hizo Cristina es único y maravilloso: sustrajo a los buitres el cadáver de su esposo. Nos obliga a todas y todos a recordarlo en vida, en su actividad, en su humor (o mal humor). Claro, siempre es más sencillo ver el fiambre y quedarse con eso...

...pero la memoria es más compleja, y excede el sentido de la vista. La memoria es un hecho político y social. El alma de los muertos, en mi creencia, no se eleva hacia un séptimo cielo o una novena nube, sino que queda entre nosotros, en el recuerdo, en la memoria colectiva que la resignifica y le otorga un sentido preciso. Cristina, al tiempo que nos entrega a un Nestor vivo, impidió que los mercaderes de la muerte publicasen el jueves 28 en su tapa la peor foto posible. Tengamos por seguro que no iban a seleccionar la foto del Nestor vital, sino que agigantarían la imagen del cadáver aún insepulto. Con un telebeam escrutarían al Nestor indefenso; lo diseccionarían en el programa de Gelblung; se lo comerían en el programa de Mirtha Legrand. De allí su odio, su teoría paranoica de que el cajón estaba vacío: Mirtha hubiera querido invitar a su mesa a Nestor Kirchner solo para deglutir su cadáver, acompañándolo con una guarnición de rúcula y arroz con azafrán, servido por una sirvienta negra (pero negra cabeza) de uniforme negro con delantal blanco, expresión degradada del lugar que le reserva a los sectores populares. Mirtha, siempre Mirtha, irreductiblemente Mirtha, nunca podrá tragar a Nestor Kirchner, y aún ella, militante activa del odio y el olvido, deberá recordar a Nestor Kirchner en vida. Señora Legrand: los únicos cajones que permanecen vacíos son los de los treinta mil desaparecidos. Por una vez en la vida, vieja de mierda, tenga decencia.

2 comentarios:

  1. Muy bueno, pero me quedo con lo que dijo Barone en 678: ¿Y si es algo que tenían hablado desde antes? No es raro que un matrimonio comente este tipo de cosas y que se hagan promesas sobre respetar el deseo de cada uno en ocasiones como estas.
    Quizá la explicación sea así de sencilla. Y si no, como me dijo una amiga, ¿por qué no van estos buitres y se lo preguntan a Cristina? A que no se atreven...

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  2. Excelente nota la de Szkolnik. La verdad? Es la mejor respuesta que leí a tantos desatinos sobre el tema del féretro cerrado. Y coincido con él absolutamente: el Néstor vivo es mucho más poderoso, más grande que las elucubraciones miserables de las Legranes y de las tilingas que conozco, subiéndose a todo tipo de rumores absurdos y rocambolescos.
    Se lo van a tener que bancar VIVO, y es el mejor símbolo de lo que tiene que significarles Néstor.
    Un abrazo amiga, y gracias.

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